martes, 3 de marzo de 2009

Capítulo 3: Esperanzas de un padre, deseos de una hija

La mañana del 15 de Abril, la pequeña Sofi y su padre, salieron muy temprano. La niña llevaba todas sus pertenencias en una maletita igual de pequeña que ella. Alberto cuidó que mamá Norma no se diera cuenta de la partida de su nieta, recogió todas las pertenencias de ambos y partió en un largo viaje, sin pensar que nunca más volvería a pisar aquella maravillosa tierra de rosas y tulipanes.

- ¿A dónde vamos papi? – Preguntó la curiosa niña, mientras caminaban el sendero hacia el lago que bordeaba los adorados rosales de su madre.

- A un lugar maravilloso, amor. Vamos a visitar a tu mami. -  Respondió Alberto, con los ojos totalmente iluminados por el radiante sol que se abría paso en el cielo.

Caminaron durante largo rato sin decir una sola palabra, bastaba con que estén juntos para que sus almas pudieran conversar, bastaba con que Sofi le diera la mano a su padre para robarle un suspiro a su corazón, bastaba que el sol iluminara sus caminos para que jamás se separaran.

- Papi, extraño mucho a mamá. – Dijo la niña, con la voz cargada de nostalgia.

- Lo sé pequeña, yo también la extraño. – Contestó Alberto mientras llegaban a la pequeña y rústica iglesia del pueblo.

- ¡Alberto Gonzáles! – exclamó una voz, a lo lejos.

Sofi y su padre se volvieron para ver de dónde provenía el sonido. Era el cartero, James: iba todas las mañanas a casa de Alberto, pensó que tal vez lo había olvidado y no había abierto el buzón.

- ¿Qué sucede James? – preguntó un poco desconcertado ante la aparición del anciano.

- Tengo una carta para Rebeca – respondió el cartero, mientras secaba el sudor de su frente.

¿Rebeca? Pero, ella… ella… ya no vive aquí. – titubeó Alberto, mientras impedía con todas sus fuerzas que las lágrimas cayeran por su rostro.

- Lo siento mucho, pero la carta llegó hace unos días y por error se quedó en algún buzón vecino, ¿Desea conservarla?

- Si… por favor – respondió aturdido ante la noticia, al tiempo que cogía a Sofi de la manito para que no tocara las demás cartas que James guardaba en su maleta.

Alberto sintió como poco a poco, sus ojos iban nublándose más y más. 

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