martes, 23 de noviembre de 2010

Ciega

Parecía primavera el día que te conocí,
parecía que el loco del bar nos espiaba,

parecía que el agua no paraba de correr,

parecía que mis brazos nunca más te iban a extrañar.


Me sentí lejana y triste,
absurda e infeliz.
Parecía, solo me parecía.

Parecía que el viento dejaba de bailar.

Y así de pronto, ya nada me pareció.


Parecía que sonreías
en el recuerdo de un verano naranja,
con gotas de lluvia, espantapájaros y tiburones.

Parecía el carnaval de un ciego, parecía la adivina que pregunta por el futuro.

Parecía yo, sola, en medio de una habitación ya sin ti.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Un vouyerista (PART I)

Todos los días recibía cartas. Cartas en francés, blancas y sin destinatario. Las leo, me río. No entiendo el francés y así como las otras, cada una de estas cartas llena mi buzón día tras día. Pero hoy fue diferente. Luna trajo consigo un extraño sobre color rosa. Gracias linda, toma tu galleta. Se fue feliz moviendo su pálida colita. El contenido me asombró. ¿Un vouyerista?

Te miro siempre.

Día y noche.

Desnuda y vestida y así me gustas.

Quisiera acariciar esos pequeños pechos,

tus provocativas piernas debajo de aquella falda que se me hace inmensa.

Quiero ser parte de ti.

Déjame Rebeca, déjame esta noche, déjame mañana, déjame el otro año, déjame siempre.

Te espero en la casa junto al lago.

Hacía ya dos años que no salía con nadie, que mi cuerpo no fantaseaba, no experimentaba. Y sí el tiempo pasa y un día no seré más la Rebeca de los veinticinco años, un día no seré más la pintora con los rizos hasta la cintura, las flores en la cabeza y la perra Luna. Ir hasta la casa del lago no me queda lejos, pensé, quizás sea una broma, a fin de cuentas son pocos mis vecinos en el pueblo.

Salí de noche alumbrándome con el lamparín que me dejó Emiliano antes de partir. Y es que a pesar del tiempo transcurrido, Emiliano es de las personas que nunca se va. Que, a pesar de todo, sigue allí como el primer día. Dijo que dejaría aquel lamparín para tener con qué calentarme en las noches de invierno, ya sin sus besos, ya sin sus eternos abrazos, ya sin el calor de su cuerpo. Decidimos los dos no continuar con la vida que teníamos juntos. Habían sido tres años de inmenso amor, de inmensa felicidad. Años que pensé jamás acabarían. Pero la vida viene y va, pensé, y hay personas que nunca se van, o al menos que no quiero dejar ir. Emiliano es una de ellas.

Llegué con la luna en mi cabeza, el lamparín en mano y la típica camisa celeste de los viernes. Me mantuve frente al portón unos diez minutos, nadie salía. Comencé a confirmar mi hipótesis de la broma, cuando de pronto unos fuertes pero cálidos brazos rodearon mi cintura por detrás. Gracias por venir, susurró una voz joven en mi oído. Reí. Pensé que no vendrías, respondí algo feliz. ¿Así que te gusto? ¿Así que me miras? ¿Quién eres? Déjame demostrarte que puedo ser quien tanto anhelas. El desconocido besó mi cuello y mis manos. Colocó una flor sobre mis rulos castaños, una flor fucsia. Un fucsia intenso. Intenso como sus besos, como sus interminables caricias. Así estábamos, apachurrados sin vernos, él detrás mío, yo delante extrañamente satisfecha, extrañamente feliz. Pero me dejó, se fue deslizando una carta turquesa entre mis manos. Quería verme la noche siguiente. Yo también quería.

Cuando llegué a casa Luna dormía en la entrada junto a los lienzos que pinté aquella tarde. Los ojos de las ninfas en los cuadros me miraban brillosos. Sabía que sabían. Las pinturas siempre saben de su dueño y esta noche me sabían feliz. Luna, sin embargo, me miraba con ojos de angustia y la entendía. Salir con un desconocido del cual recibo cartas de colores insinuándose… Normalmente, yo también estaría preocupada. Pero hoy fue distinto, le expliqué mientras acariciaba su cabecita parda, él no es cualquiera. Parece que me ha observado, sabe de mí y sabe que no soy feliz. Negar que sueño con sus brazos sobre mí otra vez sería mentir. Y es que hace mucho que un hombre no despertaba algo tan profundo en mí. No es solo mi cuerpo, es también mi alma. Son ambos los que lo reclaman.

Al día siguiente no me sentí yo. Canté sola mientras pintaba parejas en mis lienzos solitarios, bailé sin zapatos feliz y ensimismada. Me puse el vestido café del verano anterior, me sentí bonita, especial. Luna escondía sus ojitos pardos tras sus patas. Me miraba quietecita seguramente pensando, enloqueció. Y sí, enloquecí, enloquecí por un desconocido, por un amor anónimo.

Y entre canciones y bailes, la noche llegó, lento pero llegó, me coloqué una flor anaranjada en el cabello, tomé el lamparín de Emiliano y dejé a Luna en la entrada. Sabía que llegaría, que allí estaría para alborotarme toda a mí.

De pronto sus brazos volvieron a rodear mi cintura, esta vez su boca se acercó más a mi rostro. Gracias por venir otra vez, juro que esta noche será inolvidable, dijo suavemente. Mi cuerpo estaba nervioso, mi voz también, sus susurros me asustaban pero quería descubrir qué había detrás de ellos. Me di la vuelta rápidamente. Me encontré con los ojos más azules e intensos que hubiera visto antes, ojos cubiertos por un antifaz negro. Los toqué sin quitarlo, él los cerró. Bajé a sus labios, los palpé como si nunca hubiera tocado unos antes. Su nariz, sus mejillas, su cabello. Eres perfecto, dije en silencio. Nos unimos en un beso único, un beso junto al lago, bajo un cielo sin estrellas, en un bosque sin animales. Y allí mismo supe que el cuerpo y el alma siempre son uno y sensaciones y sentimientos van de la mano.

Entramos a la casa, es cierto, estaba abandonada pero me sorprendí al verla llena de velas y decorada con flores y miles de sobres de colores. Él sabía que me encantaría, lo sabía todo de mí me asusté pero, también, lo adoré. Y en medio de todo me encontré con un piano, el piano de una vida incierta que dormitaba en el comedor. ¿Quieres oírme? Susurró el enmascarado en mi oído. Quiero y quiero mucho, respondí. Tocó y tocó todo lo que de mí sabía, tocó las canciones que más me emocionaban y cantó, también cantó, canciones sólo para mí. L'amour de sortir la nuit, Rebeca. Reí. Como siempre, no sabía francés. Me senté junto a él en el piano. Quiero que me toques así como tocas las teclas de este piano, le pedí mientras tomaba su mano suavemente y la colocaba en mi rostro. Comenzó a besarme, también yo lo hice. Empezó por mis labios para luego deslizarse hasta mi cuello a la par que sus manos subían por debajo de mi vestido acariciándome las piernas. De pronto, la parte de arriba del vestido ya no estaba, el pianista tocaba mis pechos suavemente con sutiles y apasionados besos. Parece que ya estás cumpliendo tu fantasía, dije entrecortadamente. Quiero que esto sea real siempre, respondió besándome encantado. Sin darme cuenta, ya había sucumbido ante su ser completo dejándome llevar por el recorrido de sus dedos sobre mi piel. Cual tecla en el piano, el amante anónimo tocaba con locura, pasión y sutileza cada rincón de mí. Y la ropa ya no hizo falta. Las envolturas de ambos cayeron. Quizás el momento más oportuno para dejar que el corazón se manifestara e hiciera del cuerpo su títere favorito. Nos dejamos llevar por el frenesí. Aquel desconocido supo satisfacer muy bien mi cuerpo, mi espíritu. Mucho mejor que cualquier hombre antes. Emiliano siempre decía que era insaciable. Aquella noche como pocas antes me sentí, extrañamente, feliz. No hubo nada que reprochar.

El pianista había tocado toda la noche conmigo. La música finalizó mientras veía el intenso azul consumirse en sus ojos. Se dormía, hice lo mismo. Dos horas después, al despertarme, estaba sola con una flor fresca en el cabello y un nuevo sobre entre los dedos. Era amarillo.

Vous êtes merveilleuxt.

Ya sé que no sabes francés.

Eres maravillosa.

Te espero más tarde.

Amanecí rebosante de alegría, no podía creer la vorágine de la noche anterior. Su presencia, mi presencia. Estaba decidida a no dejar de verlo.

La siguiente noche llegué a la misma hora. Jugamos junto al piano, bajo la luz de las velas, con el calor de los cuerpos y la noche sin luna. Dime, ¿por qué yo? Le pregunté mientras acariciaba su cabello tibio como el mar. Je veux être heureux. Quiero que tus pinturas se hagan realidad, quiero que seas feliz. Me miró profundamente y en lo azul de sus ojos leí la historia de mi vida. Grâce. Es lo único que entiendo de francés, sonreí complacida. Lo besé y con un beso le entregué parte de mí, las flores de mi jardín y los lienzos de cada tarde. Mirarlo a los ojos era mi deleite, mirarlo dormido, mirarlo despierto. Comencé a entender su fascinación por observarme.

Las tardes en casa comenzaron a hacerse abrumadoras, lentas, interminables. Mis trabajos en los lienzos solo hablaban de él, de sus besos, de sus caricias, de la lujuria que me provoca, de su obscenidad, de la mía. Luna entendió mi estado, sabía que una trágica realidad se avecinaba: me estaba enamorando. Luego de Emiliano, ningún hombre había calado tan hondo en mí. Me aprendí de memoria el mapa de su cuerpo. Sabía de la cicatriz en su pecho, la fuerza de sus brazos, el largo de sus piernas, la virtuosidad de sus manos. Aquellas manos que anhelaba cada noche, que adoraba cada día más. Y es que comenzaba a sentirme parte de él, comenzaba a convertirse en mi aire.

Cada una de las noches que siguieron fueron aún más especiales, me sentía cada vez más única a su lado. Y el piano no dejaba de tocar. Rebeca se vuelve una niña junto a él, pensaba. Mi amante anónimo aún no me mostraba el rostro, quería verlo. No sabía su nombre, solo que estaba conmigo, que dormitábamos juntos hasta el amanecer y que dejaba su aroma al desaparecer, una flor en mi cabello y cartas coloridas y francesitas en mis manos. ¿ Por qué siempre te vas por la mañana? Quiero dormir contigo hasta el día siguiente, hasta que el sol aparezca y deba ponerme el vestido otra vez. Hasta que tú vuelvas a quitármelo y te ame de vuelta. ¿Por qué?, pregunté mientras reposaba sobre él acariciando la cicatriz en su pecho. J'ai peur, le cœur. No quiero que me rechaces, que luego no quieras verme. Comprenez-moi. Lo haré pero no todavía, respondió susurrando. Corazón, corazón. No esperes mi rechazo, solo recíbeme siempre, dije besando su oreja. ¿No es prueba suficiente dormir contigo todas las noches sin preguntar? No desconfíes, tú sabes que adorar es parte de mi naturaleza. Y yo te adoro a ti. Una gran sonrisa iluminó su rostro antes de quedarnos dormidos. Peut-être un de ces jours, alcancé a escuchar antes de que apagara la última vela y acomodara una nueva flor entre mis cabellos alborotados. Sonreí feliz.

La noche siguiente esperé cerca de media hora fuera del portón de la casa abandonada. El pianista no llegaba, me pareció raro. El antifaz que siempre usaba estaba en el húmedo suelo del bosque. De pronto, como la primera vez, colocó sus brazos alrededor de mi cintura. La ternura en él era distinta. ¿Eres tú mi enmascarado? Pregunté extrañada. Soy quien tú quieras que sea, respondió detrás de mí. Besé sus dedos, sus manos, lo sentí distinto. Al voltear vi que la máscara no estaba, el azul era igual de intenso en sus ojos, ahora llevaba barba y el cabello corto. Su altura, la misma. No era él. ¿Emiliano? ¿Tú? Pregunté confundida. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi, estás más mujer, más tú. ¿Dónde está...? ¿A quién buscas Rebequita, coeur? ¡No! ¡Dime dónde está! ¡No creo en ti Emiliano, no más! Mi voz se quebró, las lágrimas caían estrechamente. Yo no quería mirarlas. Rebeca, las cosas van a ser distintas ahora que ya estoy aquí. Tú no entiendes... fue lo único que pude articular mientras corría hacia el bosque llevando conmigo el antifaz. Emiliano no me siguió.

Llorando dormida soñé con él. Con sus manos alborotando la pequeñez de mi cuerpo, acariciando mis entrañas, mi alma. Con sus ojos mirandome absorto, con su cicatriz unida a mi pecho. Con su desnudez y la mía. Con su cabello lacio sobre mi rostro, con sus flores de las mañanas, con sus canciones cantadas. Con las velas encendidas y apagadas, con los sobres coloridos, con los búhos silbando de noche. A la mañana siguiente nada ocurrió. Llegué a casa con el alma fuera de mí, Luna se dio cuenta. No habían cartas esta vez. Ninguna. No quería estar más allí. No quería ver a Emiliano arruinarme la vida de nuevo. No lo soporté. Ese mismo día decidí irme. Fui invitada a una exhibición en Francia. Sí, Francia y yo sin hablar francés. Me fui para no volver y no volví jamás.