
Yo, todavía no puedo olvidar el momento en que me dijo la verdad.
Él, bañado en sangre de mentira, portador de una gran sonrisa de payaso alucinado,
atormentado por la heroína que lo iba consumiendo.
Yo, todavía no puedo olvidar el momento en que me dijo su verdad.
Él, lejos de toda inmensidad, se decía a sí mismo "soy una abstracción matemática:
no existo sin mi radical, no existo sin mi cuadrado".
Yo, seguía sin entender esa verdad.
Él, sollozaba, me apretaba, gritaba, desaparecía.
Entonces, dejaría de ser aquella "abstracción matemática".
Yo, ya comenzaba a comprender.
Él, poco a poco, iba cayendo, resbalando, inspirando, olvidando.
Ya no era él, ya no era yo; ya no era el iluso drogadicto en medio de mi sala.
Yo ya no era más su heroína, su radical o su cuadrado.
Era, más bien, su eternidad, su memoria, su final.